Beautiful Plants For Your Interior

Por Sarah
Desde muy pequeña fui considerada un poco “rara”. Me costaba socializar con desconocidos, tenía muchas preguntas existenciales y sentía una fascinación por lo paranormal, a pesar de ser bastante miedosa. Percibía presencias constantemente, pero nadie me tomaba en serio. Con los años, esa inocencia se fue y dejé de verlas, aunque seguía sintiéndolas. Sin embargo, los adultos continuaban creyendo que todo era producto de mi imaginación.
Crecer junto a mi padre fue complicado. Me generó ansiedad y aumentó mi timidez. Alrededor de los 12 años, sentí como si mi mundo se volviera gris: no había felicidad ni esperanza en el futuro, solo una pesadez constante. Sentía que mi cabeza pesaba tanto que quería recostarla todo el tiempo. La amargura me abrumaba.
Un día, mi mamá llegó con un libro que la obsesionó: El Secreto. Se la pasaba hablándome de la ley de atracción y, por primera vez, creí que quizás podía cambiar cómo me sentía. Así comenzó un ciclo interminable: me proponía cambiar mi mentalidad con mucho entusiasmo, pero, de alguna forma, siempre ocurría algo que me hacía recaer en la amargura y la rabia. Aun así, nunca me rendí del todo.
Los años pasaron, pero esa incomodidad seguía ahí. No quería vivir más con esa nube gris persiguiéndome a todos lados.
El punto más oscuro
A los 18 años, la depresión se manifestó en su máxima expresión. Sentía un vacío inmenso, un dolor insoportable. Creía que nadie me amaba, que era un fracaso, que solo era un estorbo para quienes quería. Intenté quitarme la vida múltiples veces. Apenas despertaba, mi primer pensamiento era: ¿Cómo puedo suicidarme hoy? El odio hacia mí misma crecía sin control. Me despreciaba por no encajar en esta sociedad, por no hacer las cosas “bien”, por no ser capaz de alcanzar el éxito.
Un año después, quedé embarazada. Sentí que mi mundo se derrumbaba. Lo que no sabía en ese momento era que lo hacía para bien.
Durante el embarazo, decidí dejar de lastimarme. Me convencí de que mi cuerpo ahora le pertenecía a esa pequeña vida que crecía dentro de mí, y jamás me habría perdonado hacerle daño. Entonces me dije: Me quitaré la vida después de dar a luz. Pero cuando nació mi bebé y comencé a amamantarlo, postergué mi decisión: Lo haré cuando deje de lactar. Y así continué, hasta que el amor que envolvía a mi hijo empezó a sanar mis heridas poco a poco.
El odio que sentía por mí misma se transformó en orgullo. Orgullo porque, a pesar de estar rota, fui capaz de cuidar a mi bebé con todo el amor del mundo. Orgullo porque mi cuerpo nos sostuvo y nos mantuvo sanos.
Mi pareja también jugó un papel importante en mi proceso de sanación. Con el tiempo, los ataques de ansiedad y las autolesiones quedaron atrás. Aún tenía días difíciles, como todos, pero la mayor parte del tiempo me sentía en paz. Sin embargo, esa pesadez nunca desapareció del todo. A veces era sutil, otras veces evidente, pero siempre estaba ahí.
Un despertar inesperado
En 2022, algo cambió profundamente en mí. Mientras daba clases, comencé a ver el aura de las personas sin haberlo buscado ni entendido. Me asusté. Creí que tenía esquizofrenia o algún problema en la vista que me hacía ver colores y luces alrededor de la gente. Busqué ayuda, pero al descartar cualquier enfermedad, decidí investigar sobre auras, energías y todo lo relacionado con estos temas.
Con el tiempo, mi don se fue desarrollando más. Podía percibir con mayor claridad el aura de las personas. Esto me llenó de felicidad porque me dio esperanza. Siempre me había preguntado por qué existimos los seres humanos, y nunca había encontrado una respuesta que tuviera sentido.
Sin embargo, junto con la emoción llegaron las dudas:
¿Qué me está pasando?
¿Por qué yo?
¿Estoy alucinando?
¿Es mi ego jugándome una broma?
Las preguntas no dejaban de atormentarme.
La pérdida y el renacer
Meses después, mi abuelo—alguien a quien amo profundamente—falleció repentinamente. Fue un infarto fulminante, nadie lo vio venir. Su muerte me destrozó. Nunca había estado tan cerca de la muerte, y mucho menos de una partida tan inesperada. Sentí un vacío inmenso.
Su muerte trajo consigo aún más dudas.
2022 fue un año caótico, lleno de emociones contradictorias, pero necesarias para impulsarme hacia mi despertar espiritual. Desde entonces, no he dejado de leer, estudiar y escuchar sobre estos temas. Mi evolución ha sido enorme, aunque aún hay mucho camino por recorrer.
Sigo luchando contra esa pesadez. Sigo aprendiendo a amar la vida y a encontrar su lado más bello.
Es por eso que mi mamá y yo decidimos compartir este camino de descubrimiento. En nuestro proceso, nos sentimos muy solas y comprendimos lo importante que es tener una guía, alguien que te ayude a encontrar respuestas.
Si has llegado hasta aquí, gracias por leerme.
Con amor,
Sarah.